Existe
una razón muy poderosa por la que me gusta vivir en el norte España. Hace frío
suficiente para vestir pieles de animales, y PETA –Personas por el trato ético
de los animales-no considera que esta región merezca su atención, así que
llegadas las bajas temperaturas, los animales de todo pelaje salen a la calle.
Se ven pieles preciosas.
Me
encanta constatar que gente corriente, haciendo cosas corrientes, son los
modelos más inspiradores; esta semana me he cruzado con un paseante habitual
con su enorme abrigo de zorro plateado. Es un hombre alto, perfectamente
acicalado, que redondea su porte con un abrigo largo de buena solapa de pico y
sombrero fedora. Dudo que un zorro pueda verse mejor después de muerto que en
los hombros del mencionado figurín. Muy ruso. Ayer mismo viendo la película de
Nikita Mikhalkov, El barbero de Siberia, Richard Harris recibía -en Rusia,
claro- a Julia Ormond, vistiendo el mismo abrigo que mi paseante preferido.
Marta
cibelina, visón, armiño, lince, chinchilla, marmota, nutria, petigrís (ardilla
de), zorro, weassel (comadreja), gato lippi, el proletario conejo, todas son
buenas opciones para abrigarse, en sus versiones naturales o tratadas,
trenzadas, rasuradas o teñidas. A mí me pierden las pieles que no abrigan – y
que por ello son menos ecológicas que las anteriores- leopardo (tengo fichadas
a un par de damas paseantes con aspecto honorable que lucen sendos abrigos del
susodicho animal, que NO son sintéticos ¡no hace falta ni tocarlos para darse
cuenta!), cebra, cocodrilo, avestruz, serpiente…Siempre entendí muy bien a
Cruella, con lo extraordinario que sería un envolvente abrigo de piel de
dálmata.
Hace
unos años buceando en el armario de mi abuela, desempolvé algunos de sus
abrigos. Visón, chinchilla, petigrís y el sempiterno astracán. Recuerdo que con
lo presumida que era, se cansó del corte del abrigo de astracán y se
“costumizó” una capa con cuello ribeteado de visón negro. Preciosa, aunque seguía
pesando una tonelada a pesar de haber prescindido de las mangas; tan pesada,
que decidió no usar ni ese abrigo ni cualquiera de los otros, y se pasó
directamente a una versión más ecológica tronchante. Era un abrigo de mohair
con lana de color azul metálico , muy favorecedor, que le abrigaba mucho y que
no pesaba nada, vamos, cual Triki el monstruo de las galletas. Tan a gusto
estaba con su abrigo de Triki, que mi otra abuela le copió en otro color,
morado. Cuando venían a casa de visita era como recibir a Triki y Coco.
La
opción más políticamente correcta, sin embargo, es el abrigo de pelo de
diferentes especies ovinas: astracán, cabra tibetana, swakara -oveja del
suroeste de Africa, Namibia principalmente- o todas las versiones sintéticas.
Mi abrigo de cebra de Zara, queda divino en banquetes, bodas y comuniones, mi
chaqueta corta de orangután teñido que hace muchos años me regaló mi madre, ha
sido el campanazo de muchas fiestas nocturnas, y un abrigo lila tricolor de
Custo Barcelona es mi joya de diario. El abrigo en cuestión tiene tanto
material sintético que saco chispas al roce, pero me encuentro divina con mi
envoltura de yeti.
|
Mi abrigo. Yo luzco un tanto más prosaica... |
Las
opciones son infinitas, desde chaquetas, chalecos, estolas, apliques o gorros,
y hasta pantalones, existe la manera de lucir dignamente cuando te lloran los
ojos, se te cae la moquita y se enrojece las nariz. Y me encanta que en mi
tierra todavía se vean muchas pieles, total, como diría Mario Vaquerizo, “Olvi,
mujer, qué más te da, si ya está muerto”.